Después de que caía la noche, el
Rodo se sentaba en una de las bancas que daban a la glorieta principal de
Reforma. Encendía lo que quedaba del cigarro que había conseguido, dejaba a un
lado su caja con los chicles sobrantes, que cada vez eran más y se quedaba
mirando por horas la parte más alta de la columna de la independencia. La última
vez discutió por horas con la Lupis, ella decía que era una Ángela y él Rodo,
duro y dale que no, que no había ángeles mujeres.
-Pos a mi expícame
entonces porque tiene esas tetas que ya las quisiera yo para un domingo. – y con
ese argumento le tuvo que dar la razón y cinco varos a la Lupis.
Nunca se sabía porque se quedaba
tanto tiempo mirando tan arriba. Hasta llegaron a pensar los otros compas que
estaba mirando al cielo para encontrar a sus papás, pero no, la verdad es que
se hacía preguntas más cabronas. Esa noche, una vez que se terminó el cigarro,
se levantó y gritó con todas las fuerzas que le quedaban:
-¿Por qué no
te vas? ¿Estás pendeja o qué? Tú que tienes alas, ¿a qué chingados te quedas? –
y de pronto las lágrimas comenzaron a llenar su cara mugrosa.
La Lupis, que lo había escuchado
todo, se acercó y lo abrazó con todas sus fuerzas.
-No es que sea
pendeja – le aclaró al Rodo mientras le acariciaba su correosa y negra melena –
lo que pasa es que nos cuida de los pinches polis culeros. Desde allá arriba se
los chinga. Te digo que es vieja, por eso no nos va a abandonar. Ya no llores
pinche Rodo.
La avenida quedó en silencio,
parecía que hasta los peatones habían entendido la magnitud de aquel momento en
que dos chamacos de seis años, habían alcanzado la madurez.
® 2017, Andrés Castuera-Micher. "Renglones que saben a Ciudad"
La búsqueda de esperanza, de abrigo, protección que mitigue un poco el desamparo en el que se encuentra su atormentada alma de niño es lo que provoca que levante la mirada, cuestione y encuentre en lo que le rodea la posible solución a sus temores.
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