Se abrió el elevador del
hospital. Por la ventana alcancé a ver que era un edificio enorme de al menos
quince pisos, según constaba en la pantalla digital que había ido cambiando
conforme ascendíamos. (Yo sigo sin saber que estoy haciendo aquí).
Más allá de los vendajes, las
agujas y los aparatos que rodeaban aquella camilla, lo que más me sorprendió es
que en la sala de espera, me estaba esperando mi novia de cuando tenía
diecisiete años. (Yo sigo sin saber que estoy haciendo aquí). Ella, Roxana,
estaba idéntica. Pero cómo supo, lo que sea que me haya sucedido, ¿cómo se
enteró? ¿Acaso nos amamos tanto en aquellos años para que, hoy, esté aquí?
Estabas idéntica… Caminabas de un
lado al otro de la sala de espera. Cuando la camilla pasó cerca de ti, te
abalanzaste sobre ella a pesar de que una enfermera quiso impedírtelo. Me
pediste que me quedara contigo (Yo sigo sin saber que hago aquí). Me hablaste
al oído de una misión en la vida y que tú y yo la cumpliríamos juntos.
Cuando terminó la operación, pude
levantarme a buscarte. Tuve que andar de puntillas por el pasillo del
hospital... (Roxana, sigo sin saber que
hago aquí)
¿Sabes, Roxana? lo que me hizo
luchar con todas mis fuerzas dentro del quirófano fue descubrir que usabas el
dije con la mitad de corazón que te regale cuando cumplimos seis meses de
noviazgo y corroborar que aún tiene grabada mi inicial. ¿Sabes? Recordé lo
doloroso que fue cuando decidiste irte, pero lo importante es que estás aquí.
Me dio miedo cuando no te encontré
en la sala de espera. ¿Acaso tardó demasiado la operación? ¿Alguien puede darme mi ropa? No puedo salir
desnudo y frío a buscar a Roxana, sé que debe estar cerca. No se iría de nuevo.
Nadie pudo darme ni siquiera una
bata del hospital y, así, tuve que salir, caminé por varios días, no te vi. Decidí
regresar al hospital, a sentarme en el mismo lugar en el que estabas sentada
cuando se abrió la puerta del elevador.
Roxana nunca regresó. Para no
olvidarla otra vez, cada noche recorro los pasillos del hospital y me concentro
en escuchar tu voz, está guardada en la esquina en la que se ubica la máquina
de café. (Sigo sin saber que hago aquí).
® 2009, Andrés Castuera-Micher. Publicado en 2017 en el libro "Renglones que Saben a Ciudad"
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