Mi hija, la menor, se acercó con
la foto de Mario Benedetti, adivinando, que, como el año anterior, pondríamos
un pequeño altar a la orilla de la ventana, con una matera, dos barras de dulce
de leche y algunos poemas del maestro. Sin embargo, no tuve ánimo siquiera de
comprar un ramo pequeño de flores de cempasúchil. La radio convulsiona casi en
cualquier estación tratando de sumar los muertos y las muertas de la última
semana, las páginas de los periódicos apestan a morgue de tantos cadáveres que
aparecen fotografiados y, en el mejor de los casos, descritos en alguna nota
que intenta no caer en un amarillismo propio de una realidad que ha superado a
la ficción.
No sé si con la muerte tan viva,
se pueda celebrar el día de Muertos. No escribo esto con el afán de ir a
contracorriente con una tradición ancestral, ni mucho menos atacar o molestar a
quienes, a inicios de noviembre, se encaminan a los panteones o rezan frente a
las ofrendas; pero a mí me parece que las muertas, los muertos y la muerte, en
estos días, en este pedazo de tierra hipotecado por la miseria llamado México,
ya no es cosa de juego. No sé si las y los mexicanos podemos reírnos de la parca
como años atrás. No me imagino poniendo una ofrenda cerca de los miles y miles
de deudos con lágrimas, aún frescas, por lo reciente e inexplicable de sus
pérdidas.
Dando vuelta a la página,
comparto que traté de ver la ofrenda como un homenaje, como un recuerdo, hasta
como un acto de protesta hogareña por todas esas muertas y muertos. Pensé poner
también la fotografía de cada uno de los niños y niñas que murieron incineradas
por la negligencia en la guardería ABC hace varios años ya, entonces entendí que
tendría, además, que colocar miles de cruces rosas en cada centímetro de la
ofrenda con los nombres de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, a las que
muchos nombran irresponsablemente “Las Muertas de Juárez”, (como si hubieran
muerto de causas naturales, o por la edad, como si asesinada y muerta fueran lo
mismo, achacando, por si fuera poco, a don Benito Juárez crímenes que no
cometió) luego agregar cruces por todos los feminicidios cometidos el Estado de
México y el resto del País.
Esta idea me inclina a dedicar un
altar a nuestras mujeres desaparecidas, no sólo por haber sido asesinadas, sino
borradas por las otras muertes más recientes, más comerciales, y menos
vergonzosas para algunos en el poder y que además llevan el logotipo de “guerra
contra el narco”; éstas que se han empeñado en sumar día con día para olvidar,
aún más, a las olvidadas del desierto. Luego pensé que las otras, son
igualmente muertes, igualmente dolorosas, y el que sean usadas como cortina de
humo para tapar una de las grandes heridas del país, eso no es culpa de las
víctimas.
Así, mi ofrenda tendría que tener
a todos los niños y niñas acribillados por soldados quienes, sin ley, disparan
a los inocentes en fuego cruzado, a los que por caminar en la calle les estalla
una granada, a los mojados del sur que
matamos como perros mientras criticamos que a nuestros mojados del norte, nos
los matan como perros, agregar también a los jóvenes que se han vuelto el
manjar favorito de un gobierno que los “ninea” indiscriminadamente, al grado de
volverlos el nuevo blanco de sus “enemigos” los narcos.
Después tendría que buscar la
manera más simbólica y discreta de representar a los muertos que no salen en
las noticias…
Con un dolor en el estómago y la
mirada interrogante de mi hija ante esa inactividad para poner la ofrenda, solo
le respondí con la voz entrecortada: “Es que de verdad no me caben tantas
muertas y muertos en mi ofrenda”.
Pienso, ¿qué les iba a poner a
estas muertas y muertos en el altar? Si no están pidiendo comida, ni fotografías,
ni veladoras, tampoco las flores, lo que piden es justicia, ¿eso cómo se pone
en una ofrenda?
Lo más que pensé fue dejar
cientos de vasos de agua para saciar esa sed de justicia, pero ni el agua de
toda la casa, la colonia, el país ni el mundo sería suficiente. No creo que los
muertos de hoy necesiten una ofrenda, mucho menos si, ya muertos, los hemos
matado otra vez con nuestro silencio.
Entonces, mi silencio, tan
culpable e irresponsable, fue invadido por un pensamiento siniestro a través de
un hormigueo ascendente en cada uno de los nervios que me quedan y concluí que
quizá tendría que hacer esa ofrenda para mí. Una ofrenda para un vivo cuyo
porcentaje de sobrevivencia, en un día cualquiera, se reduce exponencialmente
cada tarde,
cada noche, en cada semáforo, en
cada esquina.
Quizá, sería conveniente dejar
instrucciones precisas sobre lo que me gustaría en mi ofrenda, ante la
inminente posibilidad de necesitarla el próximo año. Las ideas que me llevaron
a pensar que habría que poner, más bien, una ofrenda a los vivos. A esos vivos
tan muertos como yo, ésos que viven en un país que se tutea con la muerte, pero
no al estilo burlesco de Posadas, más bien al extremo de tenerla en la nómina
de la federación, con su respectiva compensación garantizada.
En esa ofrenda, pondría, después
de mi retrato, la fotografía de mis tres hijas, de quienes la justicia,
disfrazada de ministro misógino y corrupto, ya se burló y escupió en la cara,
porque al ser mujeres, y al estar sin jueces que hagan valer las leyes para
protegerlas, su vida es blanco fácil de la impunidad.
Agregaría a todas las mujeres
vivas de Juárez, Naucalpan, Tultitlán, Tamaulipas, Ecatepec, Neza, la Narvarte,
Tláhuac y Guerrero, también a las mujeres trabajadoras, emigrantes de sus
pueblos que por falta de oportunidades y que, sin ir más lejos, sólo por ser
mujeres, gozan involuntariamente de la indiferencia machista de procuradores
ciegos, sordos y de carrera política ascendente. Incluiría a las mujeres de
todo el país. Después pondría a los periodistas que tanto admiro, quienes se
han ganado la muerte en vida por no vender su tinta, no arrendar sus ideas y no
parar las prensas valientes, ni siquiera viendo la sangre correr en las prensas
vecinas.
Pondría también a todos los que
conducen en las carreteras y han caído muertos luego de pasar por un retén
militar, sólo por la infinitésima posibilidad de ser narcotraficantes al
volante a plena luz del día en vehículos sedán, de modelo antiguo y con toda su
familia a bordo.
Y no podría dejar de poner a los
enfermos, sólo a los pobres, que dependen de la Salud Pública para salvar su
vida, ante la indiferencia de autoridades con Seguro de Gastos Médicos Mayores en
aseguradoras de paga.
Después, tendría que poner a los
“ni ni ni ni” ni estudian, ni trabajan con salario, ni tienen donde hacerlo, ni
tienen una motivación para ello. A toda esta juventud regada en las regiones
más apartadas y marginadas del país, que no salen en las estadísticas, ni en
las fotos; a estos vivos los pongo porque si murieran nunca nos enteraríamos.
Voy a poner también a cualquier
joven, adicto, ex adicto, lavacoches, transeúnte, estudiante… a cualquiera,
porque hoy en México, la principal causa de muerte es la juventud.
A mis cuarenta y tres hermanos de
Ayotzinapa, a esos normalistas guerreros también voy a ponerlos con velas color
sangre, color Patria, para que sepan que gritamos y los esperamos para marchar
con ellos por las calles...
Y después voy a poner al águila,
sin bandera y sin nopal, al centro del altar, agonizando, y con las alas
tapándose el rostro de vergüenza, porque en mi país no hay vivo que no esté
muerto.
Habría que poner una ofrenda para
los vivos...
2 de Noviembre 2011.
® 2011, Andrés Castuera-Micher.
Publicado en "Renglones que Saben a Ciudad" 2017.
buenisimo pero triste, nuestra realidad.
ResponderEliminarTremendamente conmovedor. Conocí tres ciudadades de México, mi segunda patria, pues la amo, país maravilloso con gente adorable, parece mentira esas muertes. Muerte también hay en Chile y en todas partes, también hay vida. Cantemos también a la vida. Saludos.
ResponderEliminarRetrata a la perfección la cruel realidad que nos toca vivir en este país en el que todo lo que no le convenga al gobierno se maquilla y se oculta, en donde no importa la vida de los inocentes ni la seguridad de las personas que día a día trabajan y se cuidan para no ser robados o privados de la vida. Leo esto con la piel de gallina y los ojos tristes, porque este escrito retrata una realidad que millones de mexicanos vivimos, pero con la esperanza de que los ciudadanos de este país pondremos nuestro granito de arena para mejorar esta situación
ResponderEliminarUn texto muy certero y doloroso. Gracias por tu dedicación y trabajo, gracias por compartir tu mirada.
ResponderEliminarTe admiro mucho, Andrés.
Que relato de palabras que, a la vez son tan tristes pero ciertas, que llenan cada uno de los rincones de nuestro ser, llenando también nuestro rostro de lágrimas cansadas de rodar hasta nuestros pies y calan de manera tan incierta pues entendemos que jamás podremos contenerlas pues cada día es peor que el anterior. Gracias por compartirlo Andy (^o^) abrazo fuerte :-*
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