Seis de la mañana, primero de enero
de 2011. Xavier camina sobre la acera de
Paseo de la Reforma en búsqueda de algún Oxxo, Extra, Seven Eleven, en fin, la
primera que encuentre; ya son tantas las tiendas de veinticuatro horas que,
cualquiera será buena para comprar alguna comida de microondas, una coca de
seiscientos mililitros y una caja de sus, cada vez más injustamente caros,
Marlboro rojos duros.
La cruda de la cena de año nuevo
se le nota en sus ojos llenos de violeta en los pómulos; sus casi sesenta años,
no le permiten disimular el letargo al caminar. Contribuye, a la imagen
desoladora, esa tos añeja que ya no es la de alguien de cuarenta y tantos años.
Xavier no suele celebrar nunca el
año nuevo, sus teorías son varias: La primera dice entre líneas que deberíamos
terminar de echar a perder bien el año antes de que nos den uno nuevo para
darle en la madre. Incluso alguna vez agregó más hojitas, a su calendario de la
barbacoa; le puso al azar hojas viejas de otros meses y creó así el mes trece
con días significativos: el ocho de marzo, el siete de septiembre, el catorce
de abril, el dos de octubre, el once de septiembre y el catorce de mayo, entre
otros; según él, si alguien hacía un mes con los días que habían valido la
pena, sería mucho más disfrutable que un enero lleno de frustraciones, crisis
económica y cruda emocional.
Por ello, solía hacer su mes
trece o catorce de ser necesario, y comenzar el año nuevo a mediados de
febrero. Finalmente lo tenía muy claro, celebrar un nuevo año el primero de
enero no era más que una convención gregoriana y ¿por qué iba a seguir las
doctrinas cronológicas de una iglesia para la cual ni Xavier ni ninguno de sus
amigos más entrañables eran dignos de formar parte? O lo que es peor, el de un clero
que ahora había salido del clóset con la guadaña de homofóbico y mataputos.
Ante la razón citada anteriormente, cualquier otra teoría resulta poca cosa,
pero cabe señalar que tenía varios motivos para no celebrar el año nuevo.
Esta vez fue distinto, contrario
a las anti tradiciones de Xavi, reunió a tantos amigos y amigas como pudo en su
pequeño departamento de la Cuauhtémoc y celebró como si hubiera juntado al
mismo tiempo todas las fiestas de año nuevo que había dejado pendientes.
Se detuvo frente a lo que muchos
llaman el Ángel de la Independencia, a la que cariñosamente él nombra la Ángela
del Vips y no pudo evitar que los recuerdos invadieran sus ojos cansados.
¿Cuántos cafés había tomado en ese sitio? ¿Cuántos ligues clandestinos tuvieron
lugar frente a esa columna?
Y de los recuerdos cachondos y felices,
cuando se detuvo en la calle de Niza, comenzaron las memorias dolorosas: las
razias, las madrizas, las noches en“el torito”, las subidas a “las julias”, las
corretizas en la Roma… Todo lo queuno se ganaba por ser gay en los ochenta.
Las lágrimas terminaron por
traicionar a Xavier. A sus 59 años era la primera vez que lloraba de coraje y
nostalgia al mismo tiempo. ¿Qué le había hecho él a la gente para que lo
odiaran tanto? No pudo evitar llevarse la mano a la cicatriz en su mejilla
derecha que ya los años habían desvanecido, pero que en la memoria no había
dejado de doler. Era la bota negra y dura de un policía azul que, en una de
tantas, le propinó una patada en la jeta. Antes el uniformado le había escupido
en la cara y le había preguntado si no le daba pena ser puto y andar besándose
con otro cabrón a lo que Xavi había levantado la cara diciendo: “Más pena me
daría ser un pinche poli joto que se madrea a los que no tienen pena de serlo”.
Hay quienes, hasta el día de hoy,
dicen que se ganó la patada por hocicón, pero él siempre replica que más vale
un puto con huevos que uno con uniforme. Lo que es cierto es que después de esa
humillación, la vida de Xavi dio un giro irreversible: Decidió que nunca más
nadie le escupiría y mucho menos lo humillaría por ser diferente. En esos
tiempos la palabra “diferente” era la única que se le venía a la mente, ya más
entrada su lucha usaría términos mucho más valientes y sociológicamente
correctos.
Una vez adquirida su coca, burritos
de carne deshebrada y cigarros, encendió uno y emprendió el camino de regreso a
su guarida, donde algunos todavía yacían encuerados o con los calzones rojos a
medio poner en los sillones de la sala o, los más afortunados en la pequeña
tina del baño. La mayoría de las chavas y chavos en la fiesta de ayer oscilaban
entre los diecinueve y veintisiete años, pertenecían a lo que Xavi llamaba la
nueva bancada gay.
No pudo detenerse, entre fumada y
fumada, a pensar en lo fácil que les había tocado a los chamacos y chamacas ser
“de ambiente” en estos días. A lo sumo se tenían que haber enfrentado a su
familia, pero eso era a huevo sino querías quedarte en el clóset, eso les
tocaba a todos. Pero a esta generación ya le tocaron antros abiertamente de
onda, tables, restaurantes, sex shops, cines exclusivos, hoteles,
caray, hasta pueden irse besando en el metro sin que nadie les diga nada.
Aunque muchos se mueran de ganas
de escupirles, pegarles o sacarlos del vagón, ya no se puede. Ahora los pinches
polis se tienen que chingar y joderse al que escupe, golpea o insulta a uno o
una como Xavi. No era que Xavier se encabronara porque ahora ser gay hasta se
haya vuelto una moda, al contrario, sentía chingón que la partida de madre que
se dieron todos sus cuates, cuatas y demás agremiados, hoy les hiciera la vida
un poco más liviana a otros y otras que, a lo mejor con las condiciones en las
que él y los suyos tuvieron que soportar, se hubieran quedado siempre con las ganas
de ser felices tal y como son.
Ya de regreso en Reforma se topó
con los recuerdos de las más de treinta marchas por el orgullo gay en las que
había participado y reflexionaba en cómo éstas habían pasado de ser un acto de
visibilización y proscripción pública, a un evento de solidaridad, y que hoy en
día eran casi una festividad tirando a carnaval.
Nunca olvidaría la más reciente,
en la que un grupo de madres coreaba a garganta abierta: “Es un honor tener un
hijo gay”, acto que en su momento y, de nuevo hoy en su caminata, le había
conmovido hasta las lágrimas, porque no podía negar que le hubiera encantado
escuchar a doña Elisa, su madre, al menos susurrarlo, quien, por el contrario,
murió con la firme idea de que prefería un hijo muerto que un hijo puto, y a la
que, por si fuera poco, tuvo que velar desde un café a una cuadra del Gayoso, ante
la amenaza de sus familiares de correrlo a patadas si se atrevía a entrar en la
capilla. Dicho sea de paso, nos hemos encontrado con otra de las razones por
las que Xavi no solía celebrar el año nuevo.
Xavier levantó la mirada para ver
a su Ángela del Vips, a la que, días atrás, había visto iluminada totalmente de
color fucsia, para, según esto, conmemorar el Día Internacional de la Lucha
contra el VIH. Al margen de esa causa, para él había significado mucho que el
símbolo de la independencia nacional de México luciera de ese color ante los
ojos de todas y todos.
Aquel día, esa imagen, le hizo
decidirse de una vez por todas a celebrar el año nuevo por primera vez en mucho
tiempo; pero también, ese día, pensó mucho en Guido, su compañero durante casi
veinte años, quien, precisamente, había muerto de SIDA y que, orgulloso de su
estado, solía decir a los médicos: es mejor morir en el hospital que encerrado
en el clóset.
La muerte de Guido, inspiró a
muchos a seguir adelante, él había sido uno de los primeros en formar comités
de lucha por los derechos de las personas con VIH, siempre fue un ejemplo a
seguir, y seguramente algo tuvo que ver en que, a diez años de distancia, esas
luces rosadas se elevaran en todo lo alto, resaltando a la Ángela del Vips.
Hoy, Guido no estaba físicamente
en la primera fiesta de año nuevo de Xavi, pero por supuesto que había una copa
extra con uvas y champagne, dispuesta para su memoria. Xavier no podía negar la
nostalgia que le traía mirar aquella fotografía en la pared al momento de las
doce campanadas, pero, acto seguido, besó, con toda la pasión que pudo, a
Rubén, su esposo. ¡Como le gustaba decirle esposo! presentarlo así en todos
lados, ir colgado del brazo de su marido cuarentón, guapo y calvo.
Cuando llegó a la esquina de su
casa, no pudo evitar ver al voceador del periódico Reforma que se disponía a
comenzar su jornada de trabajo, la curiosidad lo hizo asomarse a la primera
plana del primer periódico del año; sin embargo, detuvo su impulso ante un
egoísmo poco común en él, pero que esta vez consideraba necesario: Los muertos,
la violencia, la impunidad… todo eso tendría que esperar. Su motivo de ver este
año de un modo diferente le impedía contagiarse de la mugre cotidiana estampada
en los diarios. Tan sólo pensó en su teoría y se sonrió para sí mismo pensando:
“¿para que empezar un año nuevo si todavía sobraban motivos para echar a perder
el anterior?”.
Todas y todos los presentes al
momento del brindis esperaban ansiosos el discurso de Xavier, quien no hizo más
que levantar su copa y decir con voz entrecortada: “Salud, amigas y amigos,
porque este año hemos encontrado, en algún lugar, el arcoíris”.
El silencio y el llanto entre las
y los presentes dejaba claro que, aunque había mucho camino por recorrer,
aunque este año en nada cambiaría la mentalidad obtusa de algunas de sus
familias ni la tendencia de ciertas empresas a despedir gente por sus
preferencia sexual y a pesar de que la homofobia del clero iba en aumento, era
innegable que por primera vez en sus vidas podrían llamar esposo o esposa al
ser con quien habían decidido compartir su vida, le pesara a quien le pesara.
Xavier sabía que en ese año y en los que le quedaran de vida al lado de su
segundo amor, Rubén, por fin podría gritar a los cuatro vientos “Soy gay”, sin
tener que llevar una pancarta y las manos empuñadas, tan sólo gritarlo de la
mano de su esposo.
siempre es un placer leerte Andrés.
ResponderEliminarSiempre sabes sacar una sonrisa, una lagrima, una reflexión, un sentimiento...
Gracias por seguir dedicándote a esto que es lo tuyo, y dejar que tus palabras nos lleguen...
Isaias Avilés
FELICIDADES!! EXCELENTE!! SIN PALABRAS
ResponderEliminarExcelente texto !! El mundo necesita muchos Xavis
ResponderEliminarExcelente escrito....es para pensar lo dificil que resulta ser humano
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