…y el trayecto no había cambiado,
misma calle, misma hora.
Si todos fueran tan puntuales
como tú, estoy seguro que el mundo giraría sobre su propio eje y las cosas tendrían
un equilibrio de espanto. Pero a ti, a ti que te importa mi opinión del mundo y
la opinión del mundo acerca de mí.
Tu bastón está más viejo cada
vez. Si dejaras de golpear a los que quieren ultrajarte y te entregaras a ese
deseo tuyo tan oculto yo podría acompañarte. Tu precisión para detenerte frente
a la luz roja me enchina la piel y esa mirada tuya, como si el rojo te
devolviera la vista por unos segundos, no dejará nunca de excitarme. Cada vez
que eso sucede, dejo, por un momento, de
escuchar a los clientes inconformes por la tardanza de un desayuno informal.
Así pasas siempre. Como si en la
escuela te hubieran enseñado a ignorarme. De seguro que me has visto al menos
una vez, así como tú ves al semáforo. ¿Quién fuera semáforo?
Puedo sentirlo, de nuevo te he
puesto nerviosa, aunque tratas de culpar al tráfico y a la imprudencia de los
microbuseros, tus pies ansiosos marcan paso a paso, como manecillas, que estas
por cruzar y tendré que esperar hasta que regreses, anhelando que el rojo te
detenga frente a mí setenta segundos y que, por favor, no se me haya ocurrido
ir al baño en ese preciso instante y poder, entonces, verte. Mi segunda dosis
de ti del día.
- ¡Espera!
¡Espera! Aún no, tengo todavía siete segundos. ¡Pero! ¿Qué te pasa? ¡El rojo
sigue allí!
-->
Tenías que acabar así: arrollada
por tu primer día de inexactitud.
® 2006, Andrés Castuera-Micher. Publicado en 2017
en el libro "Renglones que Saben a Ciudad"
No hay comentarios:
Publicar un comentario