Tiene el cabello blanco, la espalda encorvada y la poca vista que le queda esta casi tan cansada como ella.
Sus manos, a pesar de la artritis que se ha apoderado de la mayoría de sus dedos, todavía le perimten atizar el fuego para dorar las pepitas que vende a cinco pesos...
Nadie sabe su nombre, le dicen "doñita" y eso cuando le habla, lo que sucede sólo a las nueve cuarenta y cinco de la noche, hora en que tiene que comenzar, casi a tienta,s a levantar su comal, su anafre para amarrárselo a los hombros y comenzar a caminar, además, con dos bultos enormes en cada brazo por más de cuarenta y cinco minutos a la pensión que le quita casi el noventa por ciento de lo que gana con las pepitas y que si no llega a las 11 la dejan en la calle.
Mariana ya ha tenido que dormir varías veces en la banqueta porque a veces ya no llega por el cansancio que no la deja seguir caminando y tiene que sentarse a descansar.
Últimamente se ha quedado a dormir en el parque y ha pensado en mudarse allí, pero le quedaría más lejos el mercado donde compra las pepitas y el carbón.
Mariana no lo sabe, pero el próximo mes de Septiembre va a cumplir ochenta y siete años.
Lo sabría si tuviera acta de nacimiento.
Y si tuviera acta de nacimiento, lo sabría si supiera leer.
Tiene la cara triste, y a vece se quiere morir, pero el olor de las pepitas dorándose en el comal la atan a seguir caminando por las banquetas que casi no la dejan pasar, por la gran cantidad de vendedores que, a su vez, ya no la dejan vender.
Ya no son los tiempos en que las pepitas se vendían calientes, ahora, con el poco carbón que tiene, las pepitas se enfrían... y entonces las da a tres pesos o se las come...
Últimamente, Mariana ha comido más pepitas de las que vende.
El sabor le recuerda algo, pero no sabe que.
Ya no quiere acordarse de cosas...
Mariana tuvo ocho hijos: tres mujeres y cinco hombres. También perdió a tres que no se acuerda que eran, porque esos no los pudo bautizar...
Con las pepitas pagó: pañales, ropa, leche, comida, tortilla, frijoles, arroz, cuadernos, lápices, cartulinas, monografías, zapatos, uniformes, jabón, estambre para tejer bufandas, libros de texto gratuitos, cuotas anuales en las escuelas públicas, calcetines, cepillos, medicinas de las que no tienen en el Centro de Salud, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera, etc...
Mariana se quedó casi ciega cosiendo ropa, cociendo papas, atizando brasas de carbón al rojo vivo y mirando a cada uno de sus hijos irse de la casa...
A los últimos dos, al Carlitos y la María de Jesús, a esos no los vio irse nunca... esos dos la corrieron de la casa cuando sus maridos, mujeres, hijos, nietos y familiares cercanos, de sus familiares lejanos, ya no cabían en la recámara que Mariana construyó, en el segundo piso, con las pepitas de cuatro años.
Lo que pasa es que Carlitos si estudió y es licenciado. Y pues el terreno que Mariana pagó sin papeles por más de veinte años resultó estar a nombre de su hijo que ni siquiera había nacido cuando Mariana lo compró.
Es que la nuera de Mariana quiere mucho a Carlitos y por eso lo convenció de que se hiciera de un patrimonio y pues la Marichuy, con tal de no quedarse en la calle, firmó todo lo que su hermano y su cuñada le pidieron y a cambio le tocó el cuartito de arriba pa´ los chamacos.
De los otros seis no ha sabido nada.
Dos se le fueron al otro lado, y los otros pues, en cuanto supieron como subirse solos al metro y al camión, decidieron irse lejos de las pepitas, el aceite y las bolsitas de papel.
Mariana está ciega por que los ojos se le reventaron de tanta lágrima, pero ella dice que es el carbón...
Nadie sabe que pasó con el Nicolás, el papá de las ocho criaturas de Mariana y de cómo doce chamacos más en otras vecindades. Cuentan, los que saben algo de Mariana, que nada más iba a preñar a su vieja cada que terminaba la cuarentena y mientras tanto se gastaba, lo poco que quedaba de las pepitas de la semana después de los gastos diarios de la chamacada, en la botella...
Mariana dice que lo mató la botella...
Mariana dice que es el carbón, los doctores dicen que tantos golpes del Nicolás en la cabeza es lo que la está dejando ciega...
Mañana ya no venderá pepitas...
Se quedó dormida en el parque...
Y a nadie le importó.
Perdón Mariana, perdón.
© Andrés Castuera-Micher
Publicado en mi libro ¿Sabes Algo de Mariana? (2012)
Fotografía de la adaptación teatral realizada en 2016.
Actriz: Paola Moz
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