Cuando el estaba por plasmar con mi pluma Bic
un puñado de renglones con sabor a resignación,
apareció la niña que vende rosas.
Vende rosas
y nadie le compra,
ni yo
no tengo, no quiero, no me alcanza
y son rosas
y eso, que hoy una amiga poeta
No una rosa eternizada dentro de un acetato,
esta era una rosa natural, quizá demasiado,
vendiendo rosas artificiales
Las hay negras, amarillas y azules
y no, por ningún lado veo rosas rosas.
Una por una,
a las parejas de transeúntes,
les engarza el símbolo del amor contemporáneo
y como si la rosa tuviera espinas
aceleran el paso, huyen.
Y es que las rosas tienen espinas,
no las que vende,
esas son de madera,
quien las vende,
la pequeña niña flor,
esa rosa tiene espinas,
de esas, que lo lastiman a uno
espinas que se clavan en la conciencia
y en las cabezas agachadas.
N la rosita de cara sucia,
ella lleva la cabeza en alto,
orgullosa de su mente y de sus rosas de madera,
las cabezas que se agachan
son las que no pueden mirar de frente
a una rosa real,
a una rosa que no hemos dejado florecer
porque solo en el país del mañana, se puede posponer el florecimiento de una flor
y se ensucia la cara tan limpia, a pesar de la mugre.
Es que hay manchas peores, como las que deja la indiferencia.
... y sus rosas no se marchitan y ella se marchita sin saberlo pidiendo a gritos “lleve, lleve su rosa”...
®2005, Andrés Castuera-Micher
De mi poemario inédito "En el exilio del exilio"
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