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25/3/18

Autoepitafio

De una vez se los digo,
fuerte y claro
subrayado y, por si hiciera falta,
firmado de mi puño y fea letra.

Les aclaro que
no voy a morirme entre facturas
entre las garras de médicos-arpía
en camas que cuestan, cómo si se hiciera el amor en ellas y no la muerte...

No voy a respirar a través de un tubo
que evite mis palabras
que prohiba a mi último aliento ser el úlitmo
un pedazo de plástico que me conecte al mundo sin mi voluntad,
a mi lo que me duren los pulmones, eso me durará la vida...

Quiero advertir enérgicamente
que no quiero que una máquina marque el paso de mi corazón ansioso
ni le ordene al aire cuando entrar o salir de este cuerpo emancipado...

No voy a convertir mis últimos días
en el viaje a Europa de un médico sin escrúpulos.

Lo que puedan pagar los siete pesos en mi bolsa,
eso durará mi convalecencia, espero que menos...

Quiero morirme con lo puesto,
con lo ganado con mis renglones baratos y regateados,
denme una cama dura, de esas que hay en el hospital del pueblo
y un médico con cara de cansancio
que ya no sabe que hacer con su vida
y, mucho menos, con la de otros...

Que mi pulso agonizante
lo tome una enfermera con una vida empeñada a la suerte
y con la sonrisa desteñida a punta de quejidos sin fondos...

Que lo último que mis hijas recuerden de mi
sea un par de poemas y no decenas de facturas vencidas...

No es mucho lo que pido y, en México,
es más bien lo sensato, justo y necesario...

Si de casualidad, fui un poco conocido
y alguien quiere pagar por unos días de mi vida caducada,
se lo prohibo,
use esas monedas para poner un comedero a las aves del parque
para que, si dios existe, me regrese como pájaro de ciudad
y comer el alpiste que me gané con mis renglones.

Lo digo de una vez por todas,
no voy a morir entre facturas
me niego a que mi cadáver sea moneda de cambio...

Me niego, incluso,
a que mi cadáver sea cadáver
yo quisiera que se desintegrara sin estorbarle a nadie
pero esas son cosas del cine.

Firmo la presente
a unos días del mes de marzo del dos mil dieciocho
cuando, mi mano, aún firma y reconoce mis trazos.

®2018, Andrés Castuera-Micher.