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30/7/10

Ciento cuarenta por hora



Y salían una tras otra las mariposas de su garganta, el oxígeno aturdía el poco cerebro que no se había destrozado. Cuatro años tenía la mano abrazada al biberón de la menor ahora fuera de la ventana que nunca dejó de soñar.

Fierro alemán, doscientos cincuenta caballos de fuerza color plata rapidísimo. Año y modelo casi indefinido... vestiduras de piel.

 Sin nubes, con colores todos menos azules, tampoco blanco y si se le ocurre a algún pintor, quizá un azul con malva oscuro.

El minuto antes del sueño, aunque, obvio, no siempre se sueña mientras se duerme y ni modo, si se puede dormir sin soñar, y un poco de luz...

Circuito Interior, curva doce, pasando encima del entronque con alguna calle trece y un martes diez de octubre; calles con nombres de río, pero sin agua…

Las ideas se disolvían con la lluvia y la lluvia sólo borraba las huellas de sus manos y sus ideas color malva volaban y revoloteaban y un poco más y quizá hubiera caído por allá. Ideas llenando de dicha lo vacío.

El ángel no estaba en la puerta y la puerta no llegaba a ningún lado y ese lugar cada vez tenía menos que hacer ahí. Un cielo infernado o un infierno acielado.

La manita, de ahora solo tres dedos, había soltado la muñeca; es increíble lo que un fierro de tal gris puede hacer a una serie de dedos que señalaban la luz mientras que las mariposas... diez... tres... cuatro… comenzaban a salir. Pero sin la luz no se hubieran visto las mariposas.

Mientras tanto, la vida saliendo por la cabeza y las patadas de ese caballo de acero, rápido, rápido y más rápido y como sabiendo a donde ir: iba, hacía ninguna parte, claro... antes pasaría a dejar algunos recados para ser leídos, luego, en otro momento.

No podría afirmar que son sesenta segundos los que el alma tarda en decidir, o en el que algún titiritero con palancas en esto de la escena en soltar las cuerdas, el tiempo pues, decisivo al fin, el que no esperó a que cumpliera cinco.

Paulita está nerviosa, no conoce este lugar, no es el cielo de su abuela ni el infierno al que papá mandaba al jefe de la oficina cada viernes en la noche. Aquí no había nada y cómo hubiera querido encontrar nubes y sí, sí había silencio y... las nubes no hubieran querido recibir a Paulita esa noche.

La manita de Paulita y esas ganas de aferrarse a los juegos del abuelo no querían abrirse,  sin saber que el abue, el tata, estaba bien cerca y dormido... bien dormido.

Y cada río cercano, sin agua, convertido en calle,  que pasa por aquí se acordará de los trocitos de ilusión, la lluvia, hoy, los llena de agua que sabe a ronda infantil truncada y que  no llegó a quinto de primaria, tampoco las mariposas, pero el agua, color gris-malva-mariposa, seguro los lleva a todos del entronque al drenaje y al mar luego y, de allí, a ningún lado, por lo menos no a la nube y en vez de ángeles: tiburones.

En vez de cielo: mar. Y después de todo, a ellos les gustaba el mar, mucho aunque no naden (pues ya no pueden) ... y los sueños de Paulita se caen a pedazos como esas mariposas que escapan del asfalto ensangrentado.
Quedan dos pedazos de cerebro y de canas y algún libro de cuentos con un separador de hojas y, las hojas bien separadas, por las mariposas y las gotas de lluvia y el polvo y dos dedos flotando y están saliendo una tras otra, una, dos, tres... las mariposas se acabaron.

Todo parece terminar en la esquina de otro río letal. Acá los fierros ya no valen nada y menos sin llantas, ¿ya para qué?

Y sin Paulita y sin dedos y sin cuento y sin el separador, pues la lluvia era lo menos importante. El separador extraviado y el auto no tenía ni gasolina. Así ¿cómo iba a saber tatita en que parte del cuento se quedó?

Sólo algún transeúnte curioso, podrá contar el final del cuento...

® 2009, Andrés Castuera-Micher. Publicado en 2017 en el libro "Renglones que Saben a Ciudad"


9/7/10

Una Historia, un reclamo y una posdata


Primero

Él camina cabizbajo por cualquier calle

Ella, sentada, en la misma banca del mismo parque, del mismo siempre
Él, futuro incierto.
Ella, presente imperfecto.
Él toma una coca cola fría.
Ella prefiere el té helado aunque él no lo sabe.
Él se detiene en la parada de autobús.
Ella, sin saberlo, está cerca de esa parada de autobús.
Él sube al autobús sin levantar la mirada.
Ella cierra el libro, ni siquiera ha visto el autobús.
Él, nueve y catorce, la cena.
Ella, diez cuarenta y siete, algo de televisión, no la ve realmente, sólo la prende.
Ellos sencillamente no se conocen.


Segundo

Ella camina como siempre, distraída.
Él hace como que camina, en realidad no va a ninguna parte.
Ella después de trabajar, a su banca, está ocupada.
Él se ha sentado por error, en realidad ni siquiera estaba cansado.
Ella a punto de decir algo al respecto.
Él ni siquiera la mira.
Ella decide irse a sentar a otro lado
Él ni siquiera se da cuenta
Ella, Sagitario.
Él, cualquier signo le da igual, menos Sagitario.
Ella, 28 años
Él ha cumplido treinta los últimos tres años.
Ella come una ensalada.
Él ama el sushi aunque esta vez se ha conformado con no comer nada.
Ella tiene que irse.
Él no tiene idea y tampoco tiene prisa.
Ella administra una oficina de esas que él odia.
Él, poeta, maestro y un poco de todo.
Ella se va, lo ve a él, no sabe si reclamando su banca o realmente deseando verlo.
Él siente su mirada, voltea, simplemente la ve.
Ella ha visto algo en él que ni siquiera él ha visto.
Él sólo ha visto los senos de perfil de ella, le han gustado.



Tercero

Él, la banca.
Ella llega tarde.
Él la mira, esta vez mira sus senos y sus piernas.
Ella lo sabe, no le importa.
Él no la mirará a los ojos por nada
Ella busca su mirada contra todo.
Él admira y ama al Che Guevara.
Ella votó por el PAN en las últimas elecciones.
Él, por cierto, no votó, no cree en la demagogia de país en el que vive.
Ella se sienta a su lado, ensalada otra vez.
Él no esta dispuesto a renunciar a su página política de La Jornada.
Ella habla por primera vez.
Él no lo puede creer, la mujer de los senos hermosos le ha dirigido la palabra.


Cuarto


Ella ha pedido malteada de fresa.
El no gusta de lugares encerrados.
Ella pensaba que hacía mucho frío, por eso eligieron ese café.
el citado café no sabe que hará historia 
política... primer fracaso
Él, zurdo de fábula, y ella de una ultraderecha que no conoce...
las preguntas salieron por la ventana
las respuestas se escondieron debajo de la mesa...
a él no le gustan los lugares cerrados,
ella tienen mucho frío... le tiemblan las manos,
la derecha de frío, la izquierda de ansiedad de agarrar la mano de él.
Él no se ha percatado de eso... pero su pierna ha sentido el calor de la pierna de ella...
Ella comienza a hablar de su vida... en tres minutos ha terminado.
Él no recuerda su vida inmediata, por eso habla de política.
Ellos, su primera cita, un fracaso...
Él no cree volver a verla, pero no sabe lo que querrá.
Ella sólo sabe que no sabe nada de él...



Quinto


Él, silencio.
Ella, silencio.
La plaza repleta de gente.
Él, ojos grises.
Ella, color incertidumbre.
Ellos, a unos cuantos segundos de besarse.
La plaza repleta de gente.
Él... se ha quitado los lentes.
Ella, cualquier pretexto sería bueno para voltear a ver a la gente.
La gente de la plaza no los ve, no tiene pretextos.
Los labios de ella ansiosos.
Los de él a punto de hablar de política.
Ella lo ha callado con un beso.
La plaza repleta de gente.
Él se ha quedado callado.
La plaza aparenta un dieciocho de octubre.
El beso... aunque común ha hecho del poeta un idiota y de una Sagitario una poesía.


Sexto

Ella sabe lo que pasará, la luz es poca.
Él, torpemente, trata de decir algo, la luz es poca.
Ella ha aceptado sin palabras el inevitable cuerpo a cuerpo, la luz es poca.
Él pensó en velas, incienso.
Ella no pensó en nada... sin embargo esa mañana se depiló las piernas.
Él, fuego.
Ella, cenizas...
La habitación hecha una idiota viendo a dos idiotas esperando que el otro sea menos idiota y de una vez por todas rompa toda la ropa del otro, con los dientes, con una navaja, con las fantasías guardadas en el baúl de la moral.
Ella se sienta en algo parecido a un sofá y los libros alrededor le confiesan la vida que él ha callado.
Él, misterioso, le acerca un libro con un separador de papel amate entre sus páginas...
Ella toma el libro...
El libro continúa la historia que comenzó aquel café...
Ella lee la página doscientos cincuenta y seis de una vieja antología de Mario Benedetti... al poeta lo desconoce pero el poema es muy claro "Una mujer desnuda y en lo oscuro".
Ella derrama una lágrima y el rimel se corre...
Él, por primera vez desde aquel incidente en la banca, sonríe.
Ella se acerca a la luz de una vela, se quita las ropas lentamente, queda totalmente desnuda y le pregunta "¿de verdad genero una luz propia?"
Él no puede dejar de mirar los senos morenos... eran como los imaginaba y un poco más, con un par de pezones pardos erectos queriendo ser mamados...
Ella, belleza, éxtasis, desnudez plena, piernas perfectas, cintura a la altura de la cintura y el monte de venus apenas poblado de vello perfectamente delineado, es toda néctar...
Él se come los pezones uno a uno, una y otra vez , una y otra vez
Ella se consume con el dedo de la mano izquierda de él que ha acertado el clítoris...
Él... erecto hasta donde nunca imaginó.
Ella lame el pene y los contornos de la figura de él.
Ellos una y otra vez y cada vez mas ellos.
Un hombre y una mujer desnuda en los oscuro son mucho más que dos o algo así recita el libro que entre los contornos de esa especie de sillón sólo los observa como bestias.
Saciándose el uno al otro una y otra vez, una y otra vez...
Cada vez importa menos quién es él y quién es ella y dónde empiezan el uno y el otro.
Él la penetra a ella o ella es quien lo penetra a él,
a estas alturas de le fiebre qué más da, son uno, o son dos haciendo uno que no es lo mismo ni es igual...
Él olvidó poner la música de fondo.
Ella olvidó que existe la música, sólo siente lo que hay en el fondo
y él ha sido también profanado en su fondo, ha sido penetrado hasta donde nadie sino ella conoce...
Ella sobre él.
Él sometido.
Ella es su poesía.
Él es la tinta que se derrama dentro de ella.
Ellos poesía.
Él ha creído en dios por dos minutos.
Ella es dios derramado sobre un mortal entregado.
Ella cima.
Él envidiando el mundo al que ella se ha ido.
El libro en la página doscientos cincuenta y siete gritando "y es una gloria no ser inocente".
Ellos derramados el uno en el otro...
Ella desvanecida ha decidido preguntar su nombre.
Él no responde...
Ella dice su nombre al oído de él...
Él le cierra los labios con un beso... no quiere saberlo...
Ella ha quedado sin nombre.
Él quiere nombrarla cada día distinto.
Ellos han hecho de hacer el amor un acto de complicidad entre dos que no se llaman de ninguna manera.
El libro testigo no mudo de una historia como cualquiera pero con algo más que no la hace cualquiera.


Séptimo
Ella ha llegado temprano.
Él ha llegado tarde.
Ella ha llevado flores amarillas a él.
Él ama las rosas amarillas, pero odia que le regalen flores.
Ellos se aman, pero seguramente no lo saben.
Ella, ensalada.
Él, sushi de ayer.
Ellos a la mesa, aún se desean.
Ella se desnuda.
Él apaga la luz.
Ellos se devoran poco a poco.
Ella encima de él.
Él no ha recitado un solo verso.
Ellos ya no son dieciocho de octubre, se han vuelto un poco de diciembre.
Ella sigue sin saber su nombre.
Él se inventa cada vez un nombre nuevo y a ella le ha llamado últimamente le ha llamado Sofía...
Ellos se han desvanecido sobre la cama, con sábanas parecidas a las de ayer, pero les falta algo.
Él, por fortuna, ha devorado sus senos.
Ellos, sin darse cuenta, llevan más de quinientos días juntos.


Octavo

Ella llora bajo la lluvia.
Él sigue gritando que va a cambiar al mundo.
Ella lo ama, lo quiere, pero está convencida de que el mundo no cambiará.
Él le ha gritado.
Ella lo ha escuchado como una daga en el cuello cortando las arterias.
Ellos han peleado porque el mundo no es igual después de tantas noches haciendo lo mismo y tantos días haciendo lo mismo.
Ella lo ama.
Él la ama en cierto modo.
Ella ha pensado en irse de casa.
Él ha pensado varias veces en quemar la casa palmo a palmo.
Ella no puede seguir trabajando tanto.
Él se sienta por horas frente a su escritorio y no ha podido escribir una sola palabra en semanas.
Ellos no han prendido velas ni han tomado malteadas de fresa y el libro de poemas está arrumbado y ya no les dice nada.
La plaza repleta de gente.
Ella llora. Le importa una madre como se llame ese pinche seudo poeta de mierda.
Él se siente un pinche seudo poeta de mierda.
Ella llega mojada a casa.
Él silencioso le acerca una toalla, sabe que la quiere, al fin y al cabo la necesita.
Ella acepta la toalla.
La casa se queda hecha una imbécil mirando a dos imbéciles incapaces de hacer nada.
La cena fría. Ella no tolera más la ensalada. Él un jamón serrano, que para el salario de ella es un lujo.
Ella habla del trabajo.
Él prefiere no escuchar.
Ella no obstante sigue hablando del trabajo y lo difícil que es cargar con todo.
Él alude a la poesía que no ha escrito, al libro que no ha publicado y al éxito que parece no llegar por ninguna parte.
Ellos tan amantes y tan condenados al destino de dos que se vuelven cada día mas convencionales...
La noche esta vez no los vio hacer el amor.



Noveno



Él, frustrado, ha dejado de mirar los senos de ella por mirar el suelo.
Ella, frustrada, luchando contra la frustración ha dejado esa oficina.
Él tendrá que dar clases de nuevo, su obra maestra tendrá que esperar.
Ella ha comenzado a tomar café y a fumar.
Él detesta el aroma del cigarro y el aroma de ella comienza a incomodarle.
Ella se duerme a las nueve y veinte.
Él se acuesta sin dormir a las diez cuarenta y ocho.
Ella se masturba en las mañanas mientras él se baña y se masturba en la regadera.
La cama se pregunta ¿no sería mejor si juntaran sus masturbes en algo como lo que antes hacían?
El calendario ha dejado de decirles algo significativo.
Octubre ha pasado.
Ellos no se han percatado de ello.
Él la ama.
Ella lo ama.
Ellos no lo saben.



Décimo


Él se ha fijado en los senos de otra, morenos, exquisitos.
Ella ha comenzado a escuchar palabras al oído de aquél.
Ellos han sonreído después de varios meses.
Él le ha hecho el amor pensando en los senos de aquella.
Ella ha tenido un orgasmo después de meses escuchando la voz de aquél.
Aquéllos duermen.
Él acaricia los senos de ella pero besa los de aquélla.
Ella se deja penetrar por el de las palabras al oído.
Él ya no es un poeta frustrado.
A ella ya no le importa, sabe que nunca publicará.
Aquéllos han salvado a ellos sin saber que en realidad los han condenado.


Undécimo



Él regresa tarde de no hacer nada.
Ella no reclama, en realidad no le importa.
Él, silencio.
Ella, silencio.
Aquélla piensa un poco más en él.
Aquél ha pensado en formalizar con ella.
Ellos cenan en silencio con las velas encendidas.
La cena es tragada junto con la verdad en sus gargantas.
Él la mira con los ojos grises de aquella vez en la plaza.
Ella sólo mira los lentes.
Los lentes han podido perpetuar 
la mentira un poco más.
Aquélla es miel para el poeta.
Aquél no habla nunca de política ni quiere cambiar el mundo.



Duodécimo


Él se sienta frente a ella.

Ella, silencio total.
Él, la verdad.
Ella, el oído perturbado.
Él se irá.
Ella tiene algo que decir.
Él habla de aquélla.
Ella habla de aquél.
Ellos se ven con esa gran mirada de amor que los ha unido tanto tiempo.
Ella se disculpa con reservas.
Él se disculpa a su manera: culpando.
Ellos nunca aprendieron a pedir perdón.
Él perdón ya no es necesario.
Él se irá.
Ella no piensa quedarse.
Él sirve dos copas de vino.
Ella observa y prende la vela que prendieron la primera vez que hicieron el amor.
Él ha definido al fin el color de sus ojos.
Ella levanta su copa, sin darse cuenta ha dejado de pensar en aquél por un momento.
Él ha mirado los senos de ella y se ven tan firmes, lo había olvidado.
Ellos chocan sus copas y brindan por ellos.
Ella derrama una lágrima.
Él tiene un nudo en la garganta...
Ella se desnuda y le pregunta llorando "¿de verdad tengo luz propia?".
Él se desnuda, se miran el uno al otro, se hacen mil preguntas...
Ella le lame todo el cuerpo.
Él se estremece y besa esos senos como si fuera la última vez o quizá porque lo es, pero los besa una y otra vez.
Se han penetrado el uno al otro, aquéllos no han estado en esa cama tantas veces profanada por los cuatro sin saberlo el uno del otro...
Ellos lloran.
Él ha eyaculado en ella con todas sus fuerzas.
Ella se llena de él y se derrama como queriendo dejar huella y le ha arañado la espalda.
Amanece... ella se ha ido.
Amanece, él se ha quedado solo...
Ellos no existen más… ellos se han despedido y saben que es para siempre...


Décimo tercero


Ella de vez en vez extraña que alguien quiera cambiar al mundo.
Él a veces se harta de tantas pláticas de política y esas cosas.
Aquélla no es ella.
Aquél no es él.
Es dieciocho de octubre y él y ella se han acordado.
Aquél la ha notado distante ese día.
Aquélla no pudo hacerle el amor esa noche.
Ella soñó con él.
Él soñó con ella.
Ellos se preguntan el uno por el otro...
Ellos se extrañan.
Ellos se aman.



Décimo cuarto


La plaza repleta de gente.
Él leyendo a Benedetti, no quiere volver a casa.
Ella caminando, recordando.
Él piensa en ella.
Ella viene acompañada de aquél.
Él está en la página ciento veintitrés de "La Tregua".
Y de pronto piensa tanto en ella.
Aquel se detiene a mirar los relojes en los puestos ambulantes.
Ella aburrida camina esperando encontrarle a Él pero sabe que Él no ha regresado a esa plaza en mucho tiempo.
Él siente un aire de nostalgia y levanta la cabeza.
Ella lo ha visto e incrédula camina hacia él, se detiene frente al poeta frustrado y todavía luce como un poeta frustrado.
Él levanta la mirada y ve ese par de piernas morenas, las reconoce de inmediato... luego reconoce los senos y finalmente se detiene en su mirada.
La plaza esta poblada de gente…
Ellos crean un silencio que parece eterno...
Ella no habla.
Él tampoco dice nada.
Ella le quita los lentes para mirar esos ojos grises.
Él no se resiste.
Ella mira los labios de él.
Él mira los labios de ella.
Ella sabe lo mucho que lo ama, lo mucho que lo extraña pero no sabe qué decir.
Él la ama más que nunca en su vida, la desea, la necesita...
Aquél ha dejado de ver relojes y la está buscando a Ella...
Ella sólo dice "Me llamo Elena".
Él dice "Me llamo Emanuel".
Ella comienza a llorar.
Él comienza a llorar.
Ella dice: "Adiós, Emanuel".
Él dice: "Adiós, Elena".
Aquél la toma del brazo, se van.
Él se queda mirando, derramando lágrima tras lágrima, una tras otra, una y otra vez.


Décimo quinto

Emanuel sólo piensa en Elena.

Elena sólo piensa en Emanuel.
Ellos nunca se volvieron a ver.







®Andrés Castuera-Micher,(Del desamor y otras formas de morir) 2006.

Ilustrado por Eugenia V. Cano