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23/1/13

Asfalto Mojado

Hoy a las tres y media de la tarde
lloverá de nuevo en la Ciudad de México
y todos quisiéramos saber
si algún día las cosas cambiarán
o seguiremos igual que siempre
con los mismos errores distintos...

A las cuatro, con las chaquetas mojadas
se arrastrarán a nuestros pies los instantes olvidados
en procesión lastimera a la alcantarilla
y trataremos de enjuagarnos las lágrimas en el charco más escondido...

Alrededor de las seis y cuarto
habremos olvidado la lluvia
pero el aroma de los días anteriores
invadirá las imágenes de los niños chapoteando en las aceras...

Ha llovido en la ciudad
y me pregunto si en verdad pude llegar a quererte
como tú lo habías pensado...

A las ocho lloverá de nuevo
a pesar de las ventanas cerradas
a pasar de la ciudad mojada
y creeré
que por dejar de creer
creeré nuevamente en los peatones-lluvia
y las mujeres-parque
a las que, por ejemplo, no se les ve llorar en los dias lluviosos...

Llueve
y presiento que el verdadero olvido
había estado siempre ahí,
entre nosotros,
los de entonces...

Oscurece en la Ciudad de México
y descubro que eres ese recuerdo que nunca tuve
ese beso que extraño aunque nunca sucedió
y ese abrazo bajo la lluvia que no tuvo lugar
y sin embargo se recuerda...

Nosotros, los de entonces
ya nos nos mojamos igual bajo la lluvia...

Ha llovido en la Ciudad de México,
ella levantó los ojos y se me quedó mirando frente a frente
cómo si le conociera de toda la vida...


©Andrés Castuera-Micher (2013)

Imagen:©Marina Gómez Banovio (2007)
"Un abrazo tierno y emotivo expresado de forma sencilla" / Óleo 
http://marina.artelista.com/


15/1/13

Sonrisa en Sepia



...me sorprendí mirando tu retrato
cómo ha envejecido
cómo se le ha ido borrando poco a poco la sonrisa
y tus ojos tenían ojeras de llanto nocturno...

...te dije que no fueras recuerdo
que no me enseñaras a conjugarte en pasado
te dije que podías llenarte de polvo
y en un cajón lleno de objetos
que se guardan en caso de incendio en la memoria...

...encontré un chocolate a medio morder
un boleto del cine partido a la mitad
con el nombre borrado de una película cursi

... la mascada negra

...la mascada negra decidió callar
sabe demasiadas cosas
que he pretendido olvidar
y se compadeció de mí
e hizo cómo si jamás la hubiera quitado de tu cabello
aquel día que hicimos el amor...

...pero tu retrato, mujer
cómo pudo envejecer tanto

...debo aprender a conjugarte en pasado
para que el presente comience a olvidarse de ti

...me sorprendí recordando detalles
colores, aromas, texturas, encajes,
tonos, timbres, sombras, labios, brazos,
espaldas, piernas, axilas, codos, rodillas...

...y de pronto recordé
la melodía tonta
de la canción tonta
que juramos que nos iba a hacer acordarnos de nosotros
sí es que algún día, cómo hoy, estuviéramos lejos...

¿En que momento se metieron tantos detalles en el cajón?

Pero quisiste ser recuerdo
y aquí estás
empolvada
arrinconada
y con una sonrisa vieja en un papel avinagrado...


...acabé llorando
con las cartas rotas
las promesas incumplidas
y con mi sonrisa tan vieja como la de tu retrato...

Y es que  cuando uno sacude el cajón de los recuerdos
son los recuerdos los que terminan sacudiéndolo a uno...

®Andrés Castuera Micher, 2012.

Fotografía:
®Shalladdrin, 2012
http://shalladdrin.deviantart.com/


5/1/13

Catalina y Julio



Julio deslizaba sus dedos por el clítoris de Catalina, ella no quería soltarlo; quería más, no sabía de qué, pero quería más…

Hace mucho que ninguno de los dos empañaba el cancel de la regadera, parecía que les enorgullecía esa neblina creada a base de sudor, aliento y jadeos.

Catalina llegó temprano; mucho antes que Julio, no es que él fuera impuntual, pero ella tenía que salir con más anticipación, siempre a la misma hora, para que, en su casa, no le pidieran explicaciones. En cambio, a Julio, nadie le cuestionaba nada, mientras llegará antes de la hora de comer, podría liberarse de culpas y cuestionamientos.

Esta vez Catalina fue quien le arrancó la ropa a su hombre. Normalmente a Julio le excitaba rasgarle las medias y comenzar a acariciar su sexo sin quitarle la falda, pero hoy, habían decidido hacerlo en la regadera y, para que se le secara el cabello a Catalina a tiempo, era importante meterse a bañar lo antes posible, y así, el calor del cuarto (del único hotel en el que los dejaban pasar sin hacer tantas preguntas, o quizá el único en el que sí podían entrar), bastaría para secarle el cabello o, al menos, disimular un poco la humedad.
A pesar de su torpeza, logaron excitarse en la regadera, perdieron el miedo a resbalarse, a lastimarse o a caerse. Se acariciaron como salvajes. Parecían primerizos, y en cierto modo, al menos en la regadera, lo eran, pero también era la primera vez que se habían despojado de la ropa por completo, lo que le causaba a Julio un temblor de piernas sin precedente y, a Catalina, por supuesto, le subía la temperatura sentir el antebrazo de Julio en su entrepierna.

- Lo bueno de los hoteles es que nunca se acaba el agua caliente…

Le decía Julio al oído mientras movía sus dedos en su sexo, acertando al clítoris en repetidas ocasiones, lo que causaba una especie de grito entrecortado de Catalina.

Más que el agua caliente, era la clandestinidad la que hoy, los tenía tan excitados. Nunca habían podido tener sexo con tanta libertad, su intimidad se había reducido a aquella vez en la fiesta de fin de año de su grupo en que, Catalina, le hizo señas a Julio antes de entrar a la cocina por los tehuacanes.

En aquella ocasión tuvieron casi diez minutos de intimidad, insuficientes para lograr la odisea que hoy habían conquistado en su hotel de paso, pero, bastaron para que ella le besará el pene a Julio entre una bragueta estorbosa y las manos de Julio que intentaban advertirle de que alguien podría descubrirlos. Más tarde, él se arrepintió de haberla apresurado, ya que en los quince minutos subsecuentes nadie entró a la cocina.

Ya en la cama, Catalina presumía su desnudez ante la mirada perversa de Julio, quien, tenía toda la intención de estrenar el juguetito que había logrado conseguir, pidiéndole a un amigo suyo, chofer de un microbús, se lo comprara para  la ocasión; ya que, en repetidas ocasiones, lo habían intimidado en la Sex Shop de la esquina de su casa y, cuando por fin se lograba colar hasta la caja, con el pene sintético en la mano, las miradas incriminatorias de la dependiente punk y del chavo de la entrada lo hacían desistir.

La primera reacción de Catalina al ver lo que Julio le había comprado fue un ataque de risa, al cual, Julio, respondió con un embate de lengüetazos en el cuello. Al final, el atrevimiento de Julio, terminó por darle a ella una serie de orgasmos, tan cerca uno del otro que la hicieron desvanecer.

Julio se asustó demasiado, pero Catalina le puso la mano en las nalgas y con un masaje suave le dio a entender que todo estaba bien.

Al final se quedaron dormidos, desnudos, con una ternura que a cualquiera le hubiera llevado al llanto menos a ellos. A ellos más bien se les hizo tarde.

Cuando se dieron cuenta, eran casi las cuatro de la tarde y, la escena que seguía a continuación, terminaba con cualquier erotismo o romance con el que hubieran querido quedarse en la mente.

Ella se vistió con una rapidez de la cual se sorprendió, en su casa seguramente estaban preocupados y buscándola con la única intención de regañarla por haberse escapado sin avisar en donde estaba.

Julio, por el contario, se vistió con una calma que desesperó a Catalina, a tal grado de que lo dejó solo en el cuarto y salió con un azotón de puerta que le rompió el corazón a él, que, resignado se vestía escuchando en su mente los regaños y reclamos de los que sería objeto. Pero a la vez pensaba para sí mimo: “Si supieran que lo que estaba haciendo era coger con Catalina en un hotel…. Me encantaría ver la cara que pondrían todos.”

Catalina salió apresurada del hotel, tanto, que olvidó pedir la credencial que había tenido que dejar al encargado para que los dejaran entrar.  Tomó un taxi en medio de la lluvia, lo que le recordó lo absurdo de haberse preocupado tanto por no llegar con el cabello mojado.

A la entrada del edificio ya estaban varias personas buscándola, cuando la vieron bajar del taxi, la primera que se acercó a ella fue su nieta Karina, quien la abrazó con fuerza diciendo:

- Abue, abue, mi mamá nos dijo que a lo mejor te había pasado algo.

- No me pasó nada hijita -  respondía clavando la mirada en la multitud que la miraba inquisidora -  sólo me quedé platicando un ratito más.

Contrapunteando el momento con su nieta, acto seguido, entró a escena su hija, quien, exagerando como era su costumbre, comenzó a gritarle envuelta en un llanto, falso pero necesario, para atenuar la escena ante los vecinos que poco a poco informaban unos a otros que, Doña Cata, estaba bien y que ya estaba con su hija,

Los reclamos esta vez hirieron más allá que las anteriores, esta vez se sentía injustamente humillada ante una hija a la que, ella, le había ayudado, como cómplice, a ocultar más de tres veces un episodio como el que, hoy, Catalina tenía que callar avergonzada y cabizbaja.

¿Dónde había quedado la hija cómplice? ¿Por qué ella tenía que esconder lo que, hace más de quince años, su hija le confesaba a ella llena de ilusión y clandestinidad?

Después de la quinta repetición automática, de que se había ido con sus amigas del Yoga a tomar un café al Vips, Renata se dio por satisfecha y dejó de decirle palabras como: egoísta, inconsciente, mal agradecida, desconsiderada e imprudente.

De todas esas palabras, las que más le habían herido eran: desconsiderada y mal agradecida; y no terminaba de entender en dónde estaba la imprudencia.

En realidad, si algo tenían que aplaudirle a Cata era en la prudencia, cuidado y discreción con la que había manejado su relación con Julio. Estaba segura que si, por llegar unas horas tarde a su casa había sucedido semejante episodio, no quería ni imaginarse lo que le habrían dicho si la encontrarán besando y tocando a Julio en algún parque.

No es que no lo hicieran, en dos o tres ocasiones, se había ido de pinta de su grupo de Yoga para ver a Julio.  Pero siempre se citaban en parques muy lejanos de sus casas, para evitar escenas y humillaciones a las que no tenían por qué someterse. Pero igual, lo de los parques nunca les pareció buena idea. Eran casi dos horas de camino entre ir al lugar y regresar, para sentirse lo suficientemente seguros, contra cuarenta minutos, a lo mucho, que podían estar dándose sus fajecitos.

Julio, por su parte, antes de que pudiera salir tranquilo de su habitación, el encargado del hotel ya estaba abriendo con la llave maestra, y sorprendió a su huésped fugaz, atando el cordón de su zapato.

- Perdone señor, pero es que pensamos que algo le había pasado y ya íbamos a avisar a la policía.

Esbozó esa sonrisa en su rostro que, si la sustituyéramos con palabras, sonaría a algo así como una mentada de madre. Recogió su credencial del INAPAM, el encargado le dio la que Catalina había olvidado y salió rumbo al metro.

Sentado, mirando la ventanilla como si hubiera algo a través, con los ojos perdidos en el túnel, trataba de recordar la cara de Catalina cuando la estaba penetrando con el juguetito, que por supuesto, había tenido que dejar en el bote de basura del baño. Pero le bastaba rememorar los gemidos de su amante para que valiera la pena el dinero invertido,

Ya en casa, se encontró con dos policías hablando con sus hijos Manuel, Alejandro, Patricio y la menor, Lucía, quien lloraba mientras sostenía con una mano el celular y con otra la pequeña mano de su hija, nieta de Julio, de apenas nueve años. No se hicieron esperar los reclamos, los gritos, los ataques de histeria, los reproches y las amenazas tradicionales del asilo.

Julio no se detuvo con nada ni con nadie, logró atravesar la fila de palabrería y llanto hostil, para llegar finalmente a su sillón, que era lo único que aún no le parecía ajeno en lo que algún día fue su casa, antes de que tuviera que alojar a dos de sus hijos y cuatro de sus nietos.

Ésta última cuestión la usaba siempre con ironía cada vez que Cata le reprochaba el que la quisiera llevar a un hotel.

-  Lo siento Catita – le decía con esa sonrisa que ya he descrito – pero en mi casa no creo que podamos encerrarnos porque los cuartos que tienen puerta ya los tienen mis hijos y nietos. Y en mi sofá cama, además de incómodo, nos van a escuchar los vecinos.


Catalina no pudo dormir esa noche, por un lado, la piel le olía otra vez a sudor de hombre y  le erizaba los vellos de todo el cuerpo recordar cada momento con Julio en el hotel; por el otro,  se frustraba de saber todo lo que tendría que pasar para repetir un encuentro como ese, y más ahora, que se redoblaría la vigilancia sobre la abuela, asignando a Carlitos para llevarla y recogerla del Yoga sin excepción.


Julio se preparó un café a escondidas, cerró los ojos, y comenzó a masturbarse pensando en Catalina, procurando no hacer mucho ruido con los resortes del sofá cama.



® 2013, Andrés Castuera-Micher. Publicado en 2017 en el libro "Renglones que Saben a Ciudad"