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3/10/10

Adiós Gusano (cuento corto)



No caminabas con ella, ella caminaba contigo, normalmente atrás. La preferiste siempre callada y, ahora que ha hablado (o al menos escrito) te extraña lo que ahora te dice. Su intención no era preocuparte, si no lo logró en veinte años de su vida ¿Cómo imaginar que una sola frase, en aquella desvencijada pared, lo haría?

Llegaste como todas las tardes, bien comidito y bien cogido y no conforme, como cada noche, pedías la cena a gritos, sin saludar siquiera.

Después de tu tercer grito te dignaste a dejar el portafolio para irle a partir su madre, como demente, al ritmo de tus estúpidos reproches. ¿Cómo se atrevía a ignorarte tres veces consecutivas? Eso merecía una golpiza peor que aquella con la que la levantaste por la mañana para planchar tu camisa.

No pudiste matarla a golpes, ella se había ido.  “Adiós Gusano” decía con letras rojas en la pared.
- ¿Gusano? – te repetías sin entenderlo. – ¿Gusano? ¿Se atrevió a llamarme gusano, en cuanto llegué me las va a pagar? – Te decías a ti mismo mientras te servías el primer tequila de la noche y afinabas los puños para cuando entrara por esa puerta.


Andrés Castuera-Micher

Roxana (cuento corto)



Se abrió el elevador del hospital. Por la ventana alcancé a ver que era un edificio enorme de al menos quince pisos, según constaba en la pantalla digital que había ido cambiando conforme ascendíamos. (Yo sigo sin saber que estoy haciendo aquí).

Más allá de los vendajes, las agujas y los aparatos que rodeaban aquella camilla, lo que más me sorprendió es que en la sala de espera, me estaba esperando mi novia de cuando tenía diecisiete años. (Yo sigo sin saber que estoy haciendo aquí). Ella, Roxana, estaba idéntica. Pero cómo supo, lo que sea que me haya sucedido, ¿cómo se enteró? ¿Acaso nos amamos tanto en aquellos años para que, hoy, esté aquí?

Estabas idéntica… Caminabas de un lado al otro de la sala de espera. Cuando la camilla pasó cerca de ti, te abalanzaste sobre ella a pesar de que una enfermera quiso impedírtelo. Me pediste que me quedara contigo (Yo sigo sin saber que hago aquí). Me hablaste al oído de una misión en la vida y que tú y yo la cumpliríamos juntos.

Cuando terminó la operación, pude levantarme a buscarte. Tuve que andar de puntillas por el pasillo del hospital...  (Roxana, sigo sin saber que hago aquí)
¿Sabes, Roxana? lo que me hizo luchar con todas mis fuerzas dentro del quirófano fue descubrir que usabas el dije con la mitad de corazón que te regale cuando cumplimos seis meses de noviazgo y corroborar que aún tiene grabada mi inicial. ¿Sabes? Recordé lo doloroso que fue cuando decidiste irte, pero lo importante es que estás aquí.

Me dio miedo cuando no te encontré en la sala de espera. ¿Acaso tardó demasiado la operación?  ¿Alguien puede darme mi ropa? No puedo salir desnudo y frío a buscar a Roxana, sé que debe estar cerca. No se iría de nuevo.

Nadie pudo darme ni siquiera una bata del hospital y, así, tuve que salir, caminé por varios días, no te vi. Decidí regresar al hospital, a sentarme en el mismo lugar en el que estabas sentada cuando se abrió la puerta del elevador.


Roxana nunca regresó. Para no olvidarla otra vez, cada noche recorro los pasillos del hospital y me concentro en escuchar tu voz, está guardada en la esquina en la que se ubica la máquina de café. (Sigo sin saber que hago aquí).


® 2009, Andrés Castuera-Micher. Publicado en 2017 en el libro "Renglones que Saben a Ciudad"