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4/8/10

Merak


Alicia había decidido alcanzar las estrellas; ahora más que nunca lo necesitaba y sus brazos se estiraban hacia arriba intentando tocar el cielo.

Ya en el suelo, a pesar del dolor de la espalda, no dejaba de estirar las yemas de esos deditos pequeños que apuntaban lo más alto que podían.

Desde entonces, imaginaba que podía levantarse de su silla de ruedas y, con su mirada más lejos que sus dedos, una noche encontró la tercera estrella entre los dos árboles del jardín, a la que ella llamaba Merak. No es que supiera mucho de estrellas, pero recordaba haber leído ese nombre en algún mapa estelar en algún lugar en el armario.

Merak había llegado a su vida para salvarla de la soledad y del mundo hermético que Alicia había creado para sí. En ese mundo, el cielo no era sino un fenómeno de evaporación y precipitación del agua, era un universo real con seres llamados estrellas que escuchaban y, en ocasiones, cumplían deseos.

Buscaba otra compañía. Su madre nunca quería jugar a buscarle forma a las nubes.  Y cuando lo hacía, no solía ver más allá de “bolas de algodón”. Y así, entre charlas de televisión de su madre con las vecinas y catálogos de productos de belleza a buen precio, se le iba la vida en un rincón.

En uno de esos días fue que encontró en el armario, en ese que su mamá tenía cerrado con llave, en esos triques, se topó con un viejo telescopio. Tuvo que armarlo a escondidas durante tres semanas por su falta de pericia y las recurrentes intervenciones en el cuarto por parte de su madre quien, más temprano que tarde, la descubrió.

Alicia defendió como pudo ese telescopio gris, pero se lo quitaron. Era algo así como lo único que quedaba de ese, que ni nombre tenía en esa casa, pero, que, por el enojo de su madre, dedujo que aquel tubo mágico había pertenecido a su padre.

El telescopio quedó destruido sin argumentos y así, inservible fue arrojado en la basura. Alicia, con su sueño destrozado, subió por las escaleras, luego en la azotea, buscó a su padre entre las estrellas que podían verse, le gritó hasta quedar sin voz, quería irse con él, tenía miedo de no poder reconocerlo sin el telescopio.

Se quedó callada para ver si escuchaba respuesta, cruzó los brazos un momento y tres lágrimas después voló, quiso alcanzar las estrellas.

Alicia había decidido alcanzar las estrellas.


® 2009,  Andrés Castuera-Micher. 
Publicado en 2017 en el libro "Renglones que Saben a Ciudad"

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